Estos artesanos tejen un hilado de esperanza que se extiende desde el sur de nuestro continente, haciendo una comunión con la naturaleza y la responsabilidad de un trabajo justo
Los artesanos que realizaron el lienzo de lana cepillada donde descansan mis pies esta mañana, son originarios de la Sierra Norte oaxaqueña, destacados artistas textiles que firman este “gesto cálido” que en estos días lo considero como un “pequeño lujo” en plena declaración de una pandemia universal. La suavidad que experimento permite que estas líneas fluyan de una manera distinta. Cobra especial atención la sencillez del trabajo que componen esta pieza de no más de dos metros de largo por uno de ancho, que me obsequió mi madre en mi cumpleaños 27. Los tonos, después de casi nueve años, se mantienen en perfecto estado haciendo un intricado juego de tonalidades que van del beige al café tabaco, una cualidad derivada de la ausencia de tintes sintéticos y el respeto a la fibra en su estado natural.
El textil objeto de mi atención está firmado por el maestro Remigio Mestas, destacado guardián de las tradiciones textiles oaxaqueñas y una de las seis voces que se unen en esta historia para demostrar al mundo, y a las nuevas generaciones, que nuestra Madre Tierra nos ha obsequiado una extensa gama de fibras y tintes naturales para cobijar y vestir de una diversidad de colores a sus amados hijos.
Conozcamos a la artesana Nilda Callañaupa de Perú…
“El intercambio entre la selva, la costa y Los Andes; entre el algodón y las fibras de camélidos, me inspiró y llamó la atención”, recuerda Nilda Callañaupa, maestra artesana peruana de honorable trayectoria, quien desde su infancia en su natal Chinchero, en el Cusco, se involucró con su madre en este oficio aprendiendo a respetar los frutos de su entorno. En la década de los noventa, decide dar “el siguiente paso, hablar de un proyecto y cómo mantener esta tradición viva”, relata.
Es así que tres décadas después dirige el proyecto más ambicioso en Perú, empleando a más de 500 tejedores –adultos y niños– de diez comunidades y diez tradiciones textiles diferentes, con el firme objetivo de demostrarles que es un trabajo sostenible, pero, sobre todo, “que la práctica de este arte atrae a las civilizaciones, a los jóvenes, a tener una oportunidad de trabajo en su propia comunidad y mantener la cultura viva, la conexión del pasado y el ahora, el respeto a la Madre Tierra que nos da de vivir. Entonces, de esta conexión del tejido, la cultura, la vida, la tierra de donde nosotros vivimos y la naturaleza de donde nos inspiramos para nuestros diseños, los textiles cumplen diferentes funciones dentro de la comunidad que uno va elevando como parte de sus obligaciones o la espiritualidad, el respeto al medio ambiente, la conexión con la Madre Tierra y la parte espiritual en tu vida diaria es todo un conjunto, no es que uno va aquí y otro allá, todos se complementan de una manera”, reflexiona.
La artesana Nilda Callañaupa revive la tradición textil en el Cusco, Perú.
Conozcamos a la artesana Olga Reiche de Guatemala…
Coincidiendo con Nilda, llega la voz de la guatemalteca Olga Reiche. Ella relata con orgullo y respeto cómo el tinte índigo se encuentra entrañado en la espiritualidad de la cultura prehispánica de Guatemala. “Se cultivó y fue una de las principales fuentes que creó una élite económica. Este fue el primer producto de exportación, y también fue el primer color que se adoptó después de la conquista para las ropas tradicionales, dando continuidad a su significado como tono ceremonial de las civilizaciones originarias”.
Desde 1987, Olga ha luchado contra el uso de tintes artificiales, concientizando la siembra del añil, animando a las comunidades a que lo vuelvan a emplear, reproduciendo textiles antiguos con los nuevos grupos y buscando zonas donde se hacían los textiles originales, como lo logró rescatando la técnica Pikb’il, un proceso tradicional de hilado de una hebra, que Olga tinta con grana cochinilla para obtener un rosa tenue con el que teje símbolos que representan las montañas, los ríos y las estrellas que abrazan el territorio guatemalteco.
Olga Reiche rescató la técnica guatemalteca conocida como Pikb´il.
Conozcamos al artesano Ramón Gutiérrez de Argentina…
Las fibras obtenidas de las ovejas, las llamas y la preciada vicuña convergen en una celebración a la vida silvestre que es hilvanada en una de las piezas textiles más reconocida en la humanidad, el poncho argentino. En el norte de Argentina, para ser más exactos en la ciudad de Laguna Blanca, vive Ramón Gutiérrez, un joven artesano, a quien desde pequeño se le enseñó “el tejido para realizar el cambalache” (trueque) una de las prácticas sustentables que, desafortunadamente, se han perdido en la vorágine de consumo irracional de nuestra era.
Ramón, a sus 15 años, se vio involucrado en los chakus, una actividad ancestral que permite capturar vicuñas, arrearlas a un corral, esquilarlas y asegurar su bienestar sin que se les sacrifique, precisamente el hecho que significó su casi extinción después de la conquista europea. En 2002, con 25 artesanos, dio inicio a la cooperativa Mesa Local de Laguna Blanca enfocándose a la coordinación y salvaguarda de la vicuña y la flora silvestre en peligro de extinción. Actualmente, con 55 participantes en la asociación y una pujante sociedad en búsqueda de productos provenientes de prácticas responsables con el medio ambiente que borren el daño ocasionad a nuestro entorno, el objetivo es, “permitir la coexistencia de conservación de las especies, el uso de recursos –como la lana– y la sostenibilidad”.
Sin duda, uno de los factores claves de este rescate y gloriosa reivindicación de la cultura textil prehispánica en nuestra región, es la fuerte hermandad que la enlaza con los valores de sustentabilidad ambiental y respeto a las comunidades originarias que la producen. El alejamiento a prácticas industriales, monopolios, inclusión de materiales ajenos a la región y una férrea exclusión de tintes sintéticos hacen de esta actividad milenaria uno de los segmentos más atractivos. Tan solo en el año 2016, el PIB generado por la actividad textil y fibras naturales fue de un 41.9% en México (Fuente FONART), demostrando el gran (y rampante) alcance económico de esta rama artesanal.
El maestro artesano Ramón Gutiérrez salvaguarda la cría de vicuñas en Argentina.
Conozcamos al artesano Remigio Mestas de México…
Alejado del aspecto económico y siempre atento a generar una sinergia entre la trama y la urdimbre con materiales sin fronteras, como el algodón egipcio o la baby alpaca de Arequipa, tintados con el gris del huizache o el rojo de la grana cochinilla oaxaqueña, Don Remigio Mestas nos recuerda el espíritu de un alquimista textil sin comparación que siempre se ha comprometido por el respeto al trabajo de los artesanos con los que colabora y la preservación de los materiales que componen esta “segunda piel”, como él lo denomina, obsequiada por nuestra madre primigenia.
Él no solo es el artífice del lienzo que mencionaba en las primeras líneas, mismo que en este punto de mi vida, nos hemos convertido en uno mismo, precisamente en esa comunión entre el textil, los materiales y la Tierra que nos une íntimamente a esta labor que no solo viste o decora, sino que también nos alienta a ser responsables y conscientes de la riqueza, abundancia y nobleza de nuestro planeta y quienes la habitan. “He sido un puente, un promotor de invitar y contagiar el hecho de que nuestros conocimientos ancestrales son valiosos, importantes y de orgullo. Se ha invitado a 42 comunidades en Oaxaca, ocho en el resto de México y más de 500 familias a participar, tratando de insistir que es una buena carrera en la que existe la sustentabilidad tanto en la economía como en su cultura.
Es hasta ahora que, lamentablemente, nos damos cuenta que estos conocimientos y materiales químicos son dañinos, entonces procuramos promover que salga de la naturaleza esta segunda piel, las fibras naturales de los animales y colorantes de la naturaleza”, afirma orgullosamente el maestro oaxaqueño.
El maestro artesano Remigio Mestas preserva técnicas de tejido y teñido oaxaqueñas.
Conozcamos a los artesanos Mauro Habacuc y Teófila Avendaño de Pinotepa de Don Luis, Oaxaca, México…
Si concebimos a la Tierra como nuestra madre, su útero se encuentra en la magnificencia del mar. Es precisamente esta masa acuosa la que nos obsequia un tinte altamente valorado por las comunidades. “El caracol púrpura los recolectamos en las piedras donde azota el agua, allá en las Bahías de Huatulco, Oaxaca”, explica Mauro Habacuc, presidente de la cooperativa de teñidores del caracol púrpura en Pinotepa de Don Luis. Su hija, Teófila Avendaño, hace eco al proceso de obtención de la valiosa tinta, compartiendo que una vez que esta sustancia de color blanco entra en contacto con el aire y el sol, sucede un proceso de oxidación que resulta en el característico color púrpura, dejando testimonio del maravilloso poder de nuestra Madre Tierra de tintar de vida nuestra existencia.
Con información de Vogue