Dicen los expertos que —al menos a corto plazo— el mundo no volverá a ser el mismo. Pero, después de todo, ¿no era eso justo lo que todos queríamos, que cambiara y se convirtiera en un mejor lugar? Sí, pero no que nos cambiaran de modelo y tuviéramos que aprender a manejar de nuevo. Utopías aparte, lo cierto es que en lo que volvemos a la normalidad —de cuando podías tomar de la botella de un desconocido, abrazar a alguien sin remordimientos, ir al cine, a conciertos, entrar a súper y comer de todas las pruebas gratis de comida manoseadas (y ya no seguimos porque vamos a llorar)— hay ciertas cosas que deberemos evitar de manera responsable en lo que el virus desaparece tal como pasó con la gripe española, la peste negra y demás enfermedades aguafiestas para humanidad —esperemos que así sea—. Hace poco, el presidente AMLO habló del regreso de México a la normalidad, pero que esta sería (esperemos que por lo pronto). una “nueva normalidad”. Esto, a partir del primero de junio y con tres fases a tomar en cuenta. Pues bien, éstas son algunas de las cosas que quizás no podremos hacer de la misma manera (o no nos dejarán) por un buen rato. ¿La buena noticia? Que efectivamente, hay alternativas que podemos llevar a cabo en su lugar para adaptarnos a la nueva realidad en lo que las piezas se acomodan y volvemos a la cotidianidad que nos han robado.
Saludar de beso (y de apretón de manos) es cosa del pasado
La costumbre del beso en la mejilla, de por sí ya levantaba cierto escozor en la actualidad al ser considerada como un acto de micromachismo. Lo cierto es que dependiendo del país y el contexto cultural, se toma como una regla de urbanidad. Por ejemplo, hay regiones en Francia donde se saludan hasta con cuatro besos o por el contrario, países como Emiratos Árabes donde intentar saludar con un simple beso, es una afrenta al sentido común (y podrías pasar como un depravado sexual). Pues bien, frente a esta nueva realidad en la que el coronavirus fue detectado incluso en una papaya (según reportaron algunos medios internacionales), parece que el tradicional saludo de beso en la mejilla tan común en México y otros países, será cosa del pasado por su alto nivel de riesgo de contagio al entrar en contacto saliva y piel directamente.
¿La alternativa? Como hasta el apretón de manos también podría ser peligroso, quizás tendríamos que aprender a saludar al estilo japonés: con una inclinación. Esta reverencia oriental también acostumbrada en Corea, consiste en inclinarse frente a la persona colocando los brazos al lado. El grado de inclinación depende de la formalidad del saludo (es decir, si estás saludando al “viene, viene” y no te interesa quedar bien con él, puedes hacer un movimiento ligero, pero sí es una entrevista de trabajo o acabas de conocer al padre de tu novia, deberás ser más intenso y exagerado en la inclinación). Otra solución (si no puedes dejar de saludar de beso por las convenciones sociales y para no dejar con la boca extendida a la gente) sería limpiarse la saliva de la cara como hiciera José Madero (ex cantante de Panda) en cierta firma de autógrafos hace algunos años, acto por el que fuera muy criticado, pero que sin duda, lo mostró como un profeta visionario al que no supimos comprender ni valorar.
La nueva forma de visitar a tus amigos (y de hacer una fiesta)
Otra cosa que seguro no será igual por mucho tiempo, es la de ir a casas ajenas o recibir visitas. Hoy, la gente que permanece en cuarentena es muy celosa de su “sacrificio”, y su frase favorita es “esa gente no entiende”, cuando llega a salir por una urgencia y ve que afuera, el mundo sigue igual para muchas personas. ¿Una fiesta de cumpleaños? Olvídalo, tú reunión tendrá que ser virtual o tan sólo con unos cuantos invitados. Además, ya puedes olvidarte de soplar las velitas del pastel a menos que quieras que en tu propio cumpleaños acaben linchándote tus amigos (la buena noticia: nadie te empujará la cara al grito de “mordida, mordida”). Claro, tampoco habrá abrazos y muestras exageradas de amor, lo sentimos.
¿La alternativa? Si no queremos ser unos misántropos de tiempo completo, la solución es tomar precauciones de limpieza extremas de más y poner reglas y límite a las visitas o las fiestas. Si ya nos quitamos los zapatos al entrar a una casa por que el covid-19 se pega en las suelas —recordemos que en Japón ésta es una costumbre milenaria, ¿se estarían preparando para esto toda su vida?—, qué más da que se vuelva una tradición mexicana de ahora en adelante. Así que acostúmbrate a portar calcetines pares siempre (y a vigilar que no tengan hoyos o sean de Bob Esponja si es que vas a una reunión formal) y claro, a expresar afecto “de lejitos”.
Ir al cine, ¿será lo mismo?
Aunque se abran este año y mueras de ganas de atascarte de palomitas y ver la nueva de Batman (cuyo estreno se aplazó para finales de 2021), lo más seguro es que para estar completamente convencidos y con confianza en una sala donde seguro alguien va a toser un poco sobre tus nachos, deberá pasar un largo, largo tiempo. Cadenas como Cinemex anunciaron que —además de que tentativamente reanudarían actividades en junio— reducirán la capacidad y el aforo de sus salas a un 50% para que haya más espacios entre los asistentes, lo que al menos evitará tener cerca al cretino que se la pasa riéndose de todo (y que hace sonidos extraños con la boca cuando pasa refresco).
¿La alternativa? Algunos románticos de la nostalgia han apostado por el regreso comercial (por que ya hay algunos, más bien de alcance reducido) de los auto-cinemas de los años 50, pero esto es tan improbable como que Elvis Presley se ponga de moda de nuevo y desbanque a Bad Bunny del gusto por el perreo de la juventud. Por eso, la opción más segura es seguir apostado por el sillón y las plataformas de contenidos de películas y series en TV que nos han acompañado en la cuarentena (aunque se hagan las difíciles y suban sus precios, saben que las queremos y por eso se aprovechan).
¿Podrás viajar sin restricciones?
¿Te imaginas llegar a un aeropuerto en un lugar muy lejano y que detecten que te falta cierta vacuna y te regresen a tu casa o te metan a la cárcel como en la película “Expreso de Medianoche”? Si de por sí ya es obligatorio contar con cierta inmunización para viajar a algunos países —por ejemplo, estar vacunado contra la fiebre amarilla si quieres entrar a Malasia (no sabemos qué diablos irías a hacer a Malasia en estos días, pero por si se ofrece te pasamos el dato)— en un futuro cercano, quizás sea necesario que demuestres que estás vacunado contra el covid-19 (pensando optimistamente, que se desarrolle una vacuna pronto y que ésta no sea un microchip implantado por Bill Gates ni nanotecnología como dicen las teorías conspirativas) para poder acceder a Estados Unidos o Europa, o localmente un brazalete para entrar a Polanco o a La Condesa. Además, esperemos que la disponibilidad de las visas internacionales (sobre todo las que expide Mr. Trump) no se complique y que los vuelos no estén —paradójicamente— por las nubes.
¿La alternativa? Si no hubiera una solución a corto plazo, contar con una cabaña en el bosque como el Unabomber, vivir ahí y renunciar a viajar, sería una alternativa. Pero no quieres ser tan radical y entregarte con los brazos abiertos al Gran Hermano, lo ideal sería intentar viajar a países donde no haya muchos requisitos para entrar. Y sí, siempre queda la posibilidad de explorar los destinos nacionales donde —esperemos— haya libre tránsito y no restricciones de movilidad draconianas.
Comprar, comprar, comprar
La pandemia ha generado una revaloración de la actitud hacia el consumismo (ya vimos que comprar papel higiénico como locos no aplanó la curva). Pero por el otro lado, también un ansia de vivir —y claro, gastar— como hacía tiempo no sentíamos los seres humanos. Sí, quizás cierto sector de la población se vuelva precavido y decida invertir o gastar lo menos posible en trivialidades (como ese cuadro con un pescado que canta o la decoración bling bling para el auto) para contar con un ahorro frente a otro probable confinamiento o un ataque de abejorros gigantes. Pero también, seguramente el ímpetu consumista que se generará cuando no haya restricciones, será el revulsivo que la economía mundial necesita para reactivarse. En ambos casos (un poco extremos los dos), la forma de comprar será diferente, y en los centros comerciales y destinos tradicionales de ventas, las transacciones podrían ser un poco más controladas. La prueba de fuego para saber si las cosas serán como antes serán las fechas navideñas.
¿La alternativa? Organizarse, acostumbrarse a comprar on-line y evitar las aglomeraciones durante el tiempo designado por las autoridades y sobre todo, por el sentido común.
Salir a bares como lo hacías antes
Al grito de “éramos felices y no lo sabíamos”, es probable que cuando las condiciones mejoren, los bares y cantinas del mundo sean los lugares más codiciados por quienes nos convertimos en ermitaños involuntarios. Lo cierto es que comer del mismo plato de nueces, tomar de la misma botella, ligar y acabar a besos en una esquina del lugar o simplemente querer entrar al lugar más atiborrado asumiendo que es donde hay mejor ambiente, será un poco difícil. Y es que seguramente este confinamiento nos volverá cautelosos y desconfiados durante algún tiempo y, aunque las autoridades digan que ya puedes ir a tomar una cerveza libremente como antes, tú, ¿estarías dispuesto a fumar del mismo cigarrillo que tu amigo? Acéptalo, por un tiempo tomarás tus precauciones.
¿La alternativa? El remedio quizás sea positivo en cierto sentido. ¿Has visto cómo hay hasta tres bares en la misma cuadra y uno está lleno a reventar, uno tiene un par de mesas ocupadas y el tercero está vacío? Pues bien, quizás esta nueva modalidad temporal (esperemos) de mantener cierta distancia en un bar, genere que los clientes se tengan que distribuir en lugares diferentes en vez de atascar el mismo negocio. Y si no te convence la idea de ir a un bar semi-vacío, puedes recurrir a lo que algunos analistas aseguran será la tendencia: reuniones en casa con no más de 10 invitados.
Ir a un concierto como solías hacerlo
Nos pone mal pensarlo, pero es probable que no volvamos a ver a The Rolling Stones, Paul McCartney, The Cure y demás artistas que ya pasan de los 60 años, subirse a un escenario o salir de tour. Es casi imposible que un divo —más joven— como, digamos, Kanye West (quien según El País pide dos tubos de bálsamo labial, jabón de L’Occitane, crema facial Neutrogena y un purificador de aire en su camerino) se arriesgue de más por unos cuantos millones de dólares que se gasta en un fin de semana. Y en caso de que sí haya conciertos a mediano plazo (Rammstein acaba de cancelar todos sus compromisos de este año), quizás debas olvidarte al menos durante unas tres generaciones, de que algún famoso te dé autógrafo o te permita una selfie y de abrazar a tu artista favorito, a menos que quieras recibir un puñetazo en la cara como le pasó a un fan de Justin Bieber en Barcelona en 2016, cuando su ídolo le dio un golpe por acercarse de más (y eso que no había coronavirus).
¿La alternativa? Los conciertos on-line —ese placebo que hemos recibido durante el aislamiento y que evidentemente no han sido la cura— o esa sugerida modalidad de shows a los que puedes asistir y ver desde tu coche (de lo cual ya se hizo un experimento en forma de concierto en Dinamarca y un rave en Alemania) ofrecen ser la solución temporal. ¿Ventajas? Algunas, como que ya no pagarás estacionamiento. ¿Contras? Que seguro habrá muchos alcoholímetros a la salida, que para ir al baño de todos modos te tendrás que bajar del coche y convivir con otros 800 individuos, cómo llegarán los dealers a la ventanilla del auto, que los precios serán 10 veces más caros, que en México un gran porcentaje del público llega en Metro a un concierto, etc. etc. etc.
Con información de GQ