El sonido de quenas y zampoñas (instrumentos de viento andinos) junto a los tambores llena el espacio de ensayo de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos de Bolivia.
“Las técnicas de respiración necesarias para tocar estos instrumentos durante unas horas te ponen en una especie de trance”, cuenta Miguel Córdoba, uno de los 25 miembros del conjunto que toca el siku, otra flauta con varios tubos hechos de caña.
Sin embargo, tan pronto como termina el ensayo y el “trance”, todos recuperan la conciencia sobre cómo ha cambiado su vida. Porque no están ensayando en La Paz, de donde provienen, sino en los terrenos de un castillo alemán donde llevan desde la segunda semana de marzo.
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Los músicos, muchos de los cuales nunca antes habían salido de su país, esperaban pasar solo un poco más de medio mes entre las salas de conciertos del este de Alemania, pero el coronavirus se encargó de cambiarles los planes.
Entre los miembros del conjunto boliviano se encuentran jóvenes de 17 años y, desde que comenzaron las cuarentenas en gran parte del planeta, están albergados en los edificios y campos de la extensa propiedad del Palacio Rheinsberg, un castillo que fue el hogar de generaciones de la aristocracia alemana, a una hora y media de Berlín.
Cuando los músicos aterrizaron en Alemania el 10 de marzo para su gira, se supo que Berlín se había convertido en la séptima región alemana en imponer una prohibición de las reuniones de 1.000 personas o más en respuesta al coronavirus.
“Nuestro autobús se averió en la autopista. Recuerdo que bromeaba diciendo que era mala suerte y que quizás nuestros conciertos serían cancelados”, dice Carlos, otro miembro del grupo.
Y efectivamente las tres actuaciones de los bolivianos fueron canceladas en los días siguientes y, cuando el gobierno de Bolivia anunció que cerraría sus fronteras, la orquesta intentó retornar a casa pero no tuvo éxito.
La prohibición de Alemania de las reuniones masivas fue seguida rápidamente por los confinamientos obligatorios, lo que significa que los músicos solo pueden deambular hasta el bosque que rodea el perímetro de la finca.
Así que su tiempo libre lo pasan ensayando en los terrenos del palacio de casi 600 años y explorando el bosque circundante, hogar de nada menos que 23 manadas de lobos.
El retorno fallido
La semana pasada tuvieron la oportunidad de entrar a los ambientes principales del castillo por primera vez cuando se reabrieron los recorridos para el público.
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Miguel cuenta que el lugar es muy diferente a su hogar en Bolivia y que todo le parece muy hermoso.
“Hay peores lugares para quedar atrapados. Cuando me despierto, veo salir el sol sobre el bosque y el lago”, cuenta.
Pero a pesar del pintoresco entorno natural, a los músicos les preocupa que hayan sido olvidados por su país.
“Nos sentimos abandonados”, señala Carlos, quien afirma que pasó varias horas ingratas por teléfono con la embajada boliviana tratando de encontrar una manera de regresar.
El grupo solo había estado en Alemania durante una semana cuando la presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, anunció que la frontera del país se cerraría en cuestión de días y que todos los vuelos internacionales se suspendían.
Representantes de la oficina alemana de asuntos exteriores y la embajada boliviana en Berlín hicieron rápidamente los arreglos para reservar asientos en uno de los últimos vuelos desde Alemania a Sudamérica, que debía aterrizar en Lima, Perú.
El grupo se sintió aliviado en ese momento, parecía que lograrían el ansiado retorno.
“Cuando íbamos camino al aeropuerto, estábamos todos de buen humor, riéndonos y charlando”, cuenta el boliviano Camed Martela, de 20 años.
Pero luego Carlos recibió una llamada en la que le anunciaron que el vuelo había sido cancelado ya que el avión no podía aterrizar en Perú.
“El estado de ánimo de repente se volvió sombrío: todos en el autobús se quedaron callados”, recuerda.
Desde ese momento, los más de 9.500 kilómetros que separan a Alemania de Bolivia les parecieron más largos que nunca.
Tracy Prado, quien recién se sumó a la orquesta en diciembre, recuerda que solo pensaba en que su hija iba a cumplir 11 años unas semanas más tarde.
“Tenía muchas esperanzas y fue devastador pensar que no estaría presente en ese día tan importante”, indica la mujer.
Varados
El grupo, que experimenta con una fusión de música andina tradicional y géneros más contemporáneos, decidió que la única forma de hacer frente a la situación era armar un horario estricto de ensayos: tres horas antes del almuerzo y tres horas después.
“La música indígena tiene que ver con el principio de comunidad: todos pueden tomar algo de lo que tienen y ofrecerlo al resto del grupo”, explica Carlos.
El artista afirma que siente lo mismo que sus antepasados al tocar estos instrumentos tradicionales.
“Es algo hermoso”, agrega Miguel, cuyas raíces se remontan a los indígenas kallawaya de Bolivia, conocidos por sus ceremonias de curación musical.
Algunos miembros de la orquesta hablan con frecuencia con sus familias en Bolivia, pero para otros la comunicación es casi imposible.
Internet y las comunicaciones telefónicas son irregulares en varias de las poblaciones más alejadas de las principales ciudades de Bolivia.
Otra preocupación de muchos de los músicos es que desempeñan un papel importante en el mantenimiento financiero de sus familias.
Y no poder hacerlo en este momento solo hace que su ansiedad por volver no deje de aumentar.
¿Abandonados?
Carlos piensa que la orquesta no cuenta con la solidaridad de su país.
“He recibido cientos de mensajes diciéndome que deje de quejarme y que estoy viviendo como una princesa en un castillo alemán”, lamenta.
Carlos cree que en Bolivia la gente en casa piensa que él y la orquesta se encuentran “en una tierra de cuento de hadas”.
Camed, por su parte, no disimula estar decepcionado de que no se hayan podido realizar las actuaciones planificadas.
“Nos habíamos estado preparando desde enero, así que me deprimí bastante”, indica.
Camed señala que la orquesta lo ayudó a reponerse después de la muerte de su padre.
“Mi familia estaba muy orgullosa de mí cuando escucharon que volaba a Europa para tocar la música de mi país”, recuerda.
Pese a ello, los bolivianos señalan que la ciudad de poco más de 8.000 personas, también llamada Rheinsberg, como el castillo, ha sido en gran medida acogedora.
“Cuando dejo el albergue solo, me siento un poco cohibido. A veces siento miradas de extrañeza y la gente se detiene y me mira”, cuenta Camed.
Solidaridad alemana
Timo Kreuser, uno de los tres músicos alemanes que ayudaron a facilitar la gira fallida y se quedan con el grupo relata que, en una de las ocasiones que los bolivianos jugaron un partido de fútbol en los campos en frente del castillo, pronto se encontraron rodeados por seis policías con equipo antidisturbios.
“La policía ya está al tanto, así que solo me llaman y siempre se resuelve”, cuenta Timo.
El alemán se mostró dispuesto a ayudar a los músicos para pagar el favor de su propia hospitalidad cuando estuvo con ellos en La Paz en octubre.
En ese mes se vivieron violentas protestas en Bolivia y los jóvenes de la orquesta ayudaron a Timo a salir del país rumbo a Perú.
Los miembros de la orquesta aprecian que la generosidad y las ofertas de ayuda en Alemania fue amplia.
El personal de cocina de la casa de huéspedes en la que viven los músicos entra a trabajar con máscaras y mantiene el distanciamiento social con sus invitados bolivianos.
“Estamos muy agradecidos por la comida y contar con un techo”, afirma Tracy, quien señala que es una de las pocas en el grupo que disfruta de las delicias locales.
Los lobos y un fantasma
Además de la culinaria, los bolivianos tienen el bosque para explorar. Tracy, por ejemplo, cuenta que vio tres lobos mientras caminaba hace un par de semanas.
“Me congelé de miedo, pero solo estaban jugando a pelear y siguieron adelante”, añade.
Aunque no solo prestan atención a los lobos…
Uno de los antiguos habitantes del palacio fue Federico el Grande, a quien su padre le dio la propiedad en 1736, antes de que ascendiera al trono.
El monarca describió su tiempo en Rheinsberg como sus “años más felices”.
Un amigo cercano de aquel rey de Prusia, reflexionando sobre sus impresiones de Rheinsberg, reseñó que “las tardes están dedicadas a la música, el príncipe tiene conciertos en su salón, donde nadie es admitido a menos que se le llame”.
Según esos escritos, uno de los que actuó fue Johann Christian Bach.
“Todos bromeamos diciendo que el fantasma de Federico el Grande nos sigue y trata de hacernos tropezar”, afirma Camed.
El joven señala que no suele creer en tales historias, “pero parece que sí hay fantasmas”.
Ayuda boliviana
A medida que avanza la primavera y se acerca el verano, la ropa pesada de los músicos resulta demasiado sofocante para sus largos paseos por la propiedad.
Otra inmigrante boliviana, preocupada por ellos desde Hamburgo, se encargó de ayudarlos.
“Ella recolectó montañas de ropa y nos las envió. Tenemos siete cajas grandes hasta ahora, quizás demasiadas, es posible que tengamos que devolver algunas o pasarlas a otra persona necesitada”, señala Carlos.
Pero a pesar de la generosidad y la buena voluntad, la orquesta sabe que su estadía no puede ser financiada para siempre.
“Los costos de alojamiento están aumentando a más de 35.000 euros (US$38,400) solo por mes”, señala Berno Odo Polzer, el director de MaerzMusik, el festival en el que la orquesta debía actuar y que es uno de varios programas de arte financiados con fondos públicos que apoyó en la larga e inesperada estadía de la orquesta.
Alemania está permitiendo vuelos internacionales nuevamente, pero las fronteras de Bolivia permanecerán cerradas al menos hasta el 1 de junio.
La embajada boliviana le dijo a la BBC que intentará llevar a la orquesta en un vuelo a Bolivia desde Madrid el próximo mes.
Aunque a Carlos le preocupa cómo serán las cosas una vez que vuelvan a casa.
“El virus se volvió algo muy político en Bolivia”, señala.
El músico apunta que las elecciones presidenciales de su país siguen en suspenso y que el gobierno intentó imponer un decreto para frenar las críticas sobre el manejo que realiza de la crisis del coronavirus.
Una ola de cuestionamientos, incluyendo a organismos internacionales de derechos humanos, hizo retroceder a las autoridades bolivianas.
“Estoy soñando con el día en que esté en mi cama en Bolivia y diga ‘esto se acabó’, pero también sé que ese día comenzaré a extrañar lo que estamos viviendo aquí”, concluye Carlos.
Con información de El Imparcial