El día que se cumplieron 100 años del nacimiento de Mario Benedetti me tocó pasarlo en casa, viviendo la angustiante espera por el resultado de una prueba Covid. A la desazón de la espera incierta se le sumó la rabia por el hecho de que el menjurje de la derecha, neofascistas, ricos y militares, que gobierna Uruguay en la actualidad resolvió que se dedicaría el día del patrimonio 2020 a celebrar el natalicio del Maestro, tal como se había planeado por la administración anterior.
Cuanta mezquindad y rencor se puede tener para no querer festejar que Uruguay sea la cuna de uno de los intelectuales más importantes de América Latina de la segunda mitad del siglo XX. Vergüenza me dio saber que ese día Carmen Aristegui en México dedicó parte de su noticiario a repasar la obra de Mario y que, en muchos lugares del mundo, hubo actos, reportajes y un largo etcétera de actividades para rememorar la obra de ese abuelito bueno que tenemos los uruguayos. Porque si me pidieran que lo describiera, diría eso: es un abuelito bueno y sabio, alguien que puede hacer notar su rabia y enojo sin alzar la voz ni alterar la dulzura de sus palabras.
Pero claro, después de reflexionarlo llegué a una conclusión: aún sin darse cuenta, ese gobierno, que dijo “彳star preparado”・mientras ahora improvisan de todo y venden fruta podrida a cada momento, no tiene a nadie en sus filas que esté a la altura de poder rendirle homenaje. Como dice el tupamaro, intelectual y amigo de Benedetti, Mauricio Rossencof: nos gobierna una agencia de publicidad.
Entonces, me puse a imaginar como hubiera sido tal homenaje. Que hubiera sentido Benedetti, si el canciller Francisco Bustillo, luego darle el voto decisivo para la elección del candidato de Trump al BID recitara Pero aquí abajo, abajo/ Cerca de las raíces/ Es donde la memoria /Ningún recuerdo omite/ Y hay quienes se desmueren/ Y hay quienes se desviven/ Y así entre todos logran / Lo que era un imposible/ Que todo el mundo sepa/ Que el sur/ Que el sur también existe.
Que sonrisa picarona se le hubiera dibujado a Mario en la cara cuando el presidente Lacalle Pou leyera con voz altisonante y sin poder controlar su gesticulación ¿qué les queda por probar a los jóvenes /en este mundo de rutina y ruina?/¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas? Imagínense el ridículo que hubiera hecho Jorge Larrañaga, ministro del interior, quien luego de increpar a la Institución Nacional de Derechos Humanos por sus criticas a la violencia policial se pusiera a cantar, seguramente desafinado: te quiero en mi paraíso/ es decir que en mi país/ la gente viva feliz /aunque no tenga permiso.
Sería tragicómico que Pablo Bartol, quien además de ser un mal ministro de desarrollo social es un confeso usuario del cilicio y militante de opus dei, se parara al lado de la estatua del David que está a pocos metros de la sede de su ministerio que está en XXXX – aquella a la que en los 90 unos activistas le pusieron un condón para protestar contra la mala política de prevención del VIH-SIDA llevada por Carlos Delpiazzo, otro numerario y ministro de salud durante la presidencia de Lacalle senior – y recitara con beata voz Si Dios fuera mujer no se instalaría/ lejana en el reino de los cielos,/ sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,/ con sus brazos no cerrados,/ su rosa no de plástico/ y su amor no de ángeles.
Lo que no toleraría sería que Mario Benedetti, Daniel Viglietti y Eduardo Galeano, compartiendo una mesa del lado de la ventana en un Café Sorocabana del más allá, festejando el siglo de vida de Mario, tuvieran que escuchar por la radio a Guido Manini Ríos, ex comandante expulsado del ejército, devenido en senador, quien luego de justificar porqué no acepta que le quiten los fueros parlamentarios para ser juzgado por encubrir a violadores de derechos humanos de la dictadura, en posición de firme declamara Mirate /así/ qué cangrejo monstruoso atenazó tu infancia/ qué paliza paterna te generó/ cobarde/ qué tristes sumisiones te hicieron despiadado/ no escapes a tus ojos/ mirate/ así… O peor aún, si le hubieran escuchado decir: Un torturador no se redime suicidándose. Pero algo es algo. Eso si le hubiera arruinado el cumpleaños al Maestro.
Así que a veces hay impulsos negativos que terminan haciendo que el resultado sea positivo, o al revés, de manera que es positivo que el resultado de mi prueba COVID haya sido negativo.
Salú Abuelo/Maestro, seguiremos defendiendo la alegría como una trinchera.
*Nació en Uruguay, reside en Múnich, donde colabora con la Oficina Ecuménica por la Paz y la Justicia como experto para México y DH.
Con información de La Jornada/Daniel Tapia Montejo