En el siglo XIX, un trío de mujeres cambió para siempre el estudio y la comprensión del antiguo Egipto. ¿Por qué, entonces, se ha pasado por alto su legado?
En 1864, la escritora de viajes inglesa Lucie Duff Gordon se encontraba en su casa, en lo alto del Templo de Luxor, mirando por la ventana hacia la orilla oeste del río Nilo, en dirección a las montañas de Libia.
Su rostro se deleitaba con el sol mientras escuchaba la cacofonía de los camellos mugiendo, los burros rebuznando y los perros ladrando más abajo.
Echaba de menos a su familia, a la que había dejado en casa, en Londres, mientras convalecía en el cálido clima desértico de Egipto para aliviar sus síntomas de tuberculosis.
Vivía en la Maison de France, o Casa Francesa, construida por un contingente militar en la zona alrededor de 1815. Amaba su autoproclamado “palacio tebano” y escribía cartas a su familia desde su balcón casi a diario.
Estas “Cartas desde Egipto”, que detallaban minuciosamente su estancia en el país, se publicaron un año después en forma de libro.
Al detallar vívidamente la política egipcia, las costumbres religiosas y las relaciones de Duff Gordon con sus vecinos egipcios, el libro se destacó por ser un comentario social y cultural en una época en la que la mayoría de las autoras escribían ficción.
El ejemplo de Duff Gordon de viajar -y vivir- sola en Egipto como mujer británica pronto inspiró a otras viajeras a hacer lo mismo.
Poco más de una década después, la novelista Amelia Edwards, conmovida por las experiencias de Lucie Duff Gordon, visitó Egipto y publicó un exitoso libro de viajes: “Mil millas por el Nilo”.
El trabajo de Edwards, a su vez, despertó el interés de Emma Andrews, una rica viajera estadounidense que hizo avanzar la arqueología en Egipto a principios del siglo XX al financiar docenas de excavaciones de tumbas, muchas de las cuales todavía se estudian activamente en la actualidad.
Aunque estas tres mujeres viajaron inicialmente al país como turistas, cada una de ellas tuvo un profundo impacto en la egiptología (el estudio científico del antiguo Egipto).
Y al hacerlo, no solo moldearon nuestra visión de una de las civilizaciones más importantes del mundo antiguo, sino también la forma en que los turistas viajaban a Egipto a principios del siglo XX.
El libro de Edwards
Desde noviembre de 1873 hasta marzo de 1874, Edwards y su compañera Lucy Renshaw navegaron por el Nilo en una casa flotante, el Philae.
Visitaron todos los sitios recomendados en su guía de viajes escrita por John Murray: las pirámides de Giza; las pirámides de Saqqara; el cementerio de Beni Hasan; el templo de Dendera; templos en Luxor; el Valle de los Reyes y otras tumbas en Tebas; además de sitios en Esna, Asuán y Abu Simbel.
El trabajo de conservación de estos sitios aún no había comenzado, por lo que la mayoría de los lugares que visitaron estaban en mal estado. Edwards quería cambiar eso.
En marzo de ese año, las mujeres permanecieron varias semanas en Luxor. Edwards se sintió atraída por la antigua casa de Duff Gordon, pero cuando miró hacia arriba y vio la pila de ladrillos que cubría el templo, se sorprendió por su estado.
Después de a duras penas lograr sobrevivir por varios años a las inundaciones del Nilo, el amado “palacio tebano” de Duff Gordon ya no era habitable. Edwards subió al interior y se acercó a la ventana, desde donde se contemplaba el río y la llanura tebana que se extendía al otro lado.
Al ver lo que vio Duff Gordon, Edwards escribió que la vista “amueblaba la habitación y hacía que su pobreza fuera espléndida”.
Soñó que podría vivir allí “si tan solo tuviera esa maravillosa vista, con su infinita belleza de luz, color y espacio, y su historia y su misterio, siempre ante mis ventanas”.
Ese fue el único viaje de Edwards a Egipto, pero su poético libro de viajes atrajo a innumerables mujeres viajeras al país.
Publicado en 1877, “A Thousand Miles up the Nile” se convertiría en uno de los libros de viajes más vendidos de todos los tiempos.
Mitad diario de viaje, mitad historia bien documentada, la narrativa de Edwards describía vibrantemente los lugares de interés a lo largo del Nilo.
Pero a diferencia de la guía de Murray, Edwards no solo recomendaba a los visitantes que se detuvieran a ver estos monumentos y sitios, sino que abogaba por su conservación para las generaciones futuras.
La popularidad de su libro efectivamente convirtió a las pirámides de Giza, el Valle de los Reyes y otras tumbas ahora famosas en paradas esenciales para los viajeros a Egipto durante los siguientes 50 años, pero lo más importante es que su amplio alcance entre los académicos dio forma al estudio y la recepción de estos sitios hasta el día de hoy.
El éxito del libro de Edwards la llevó a cofundar la Sociedad Exploradora de Egipto (EES por sus siglas en inglés), en 1882.
Inspirada por el objetivo de Edwards de explorar para conservar los monumentos de Egipto, la EES recaudó dinero para las excavaciones a través de suscriptores. Estos suscriptores, en su mayoría de la clase media británica, recibían informes de excavaciones y del sitio cada año.
Estos informes, que contienen mapas, listas, dibujos y nuevos estudios, han educado e informado la visión del público sobre el antiguo Egipto durante casi 150 años.
Turismo “masivo”
“A Thousand Miles up the Nile” también estimuló y se benefició simultáneamente del auge de los viajes organizados que ofrecían turismo arqueológico.
A principios de 1855, la compañía de viajes homónima del empresario inglés Thomas Cook comenzó a ofrecer viajes con todo incluido por toda Europa.
Estos viajes, populares entre las clases medias altas y aristocráticas, animaban a la gente a viajar a destinos como Atenas y Roma no solo para explorar su cultura contemporánea, sino también para presenciar sus monumentos antiguos y aprender sobre su importancia histórica.
Si gastabas mucho dinero en unas vacaciones, se argumentaba, debías aprender de ellas y también apoyar a las economías locales.
En 1869, la compañía de Cook se expandió a Egipto, lo que permitió que el turismo arqueológico en el norte de África estuviera disponible para las masas y para las mujeres que deseaban viajar solas y con seguridad.
A finales de la década de 1880, la compañía de Cook guiaba a más de 5.000 personas por el Nilo cada año, siguiendo de cerca el itinerario de la propia Edwards. Gracias a la popularidad de sus vacaciones, la compañía tenía el control sobre los viajes en barco por el Nilo para todos los visitantes a Egipto.
En 1889, 15 años después de que Edwards partiera de ese país, Andrews y su pareja, Theodore Davis (dos millonarios estadounidenses y coleccionistas de arqueología) llegaron a Egipto con una copia del libro de Edwards y varios folletos de Cook.
La pareja era miembro de la rama estadounidense de la EES, que se había extendido a Estados Unidos tan solo unos años después de su fundación.
Inspirados por el diario de viaje de Edwards, rápidamente alquilaron y equiparon una casa flotante privada para realizar su primer viaje río arriba.
“A Thousand Miles up the Nile” y los folletos de Cook guiaron a la pareja mientras navegaban Nilo arriba y luego Nilo abajo. Pararon en todos los sitios que Edwards (y más tarde Cook) les habían sugerido.
Al igual que Duff Gordon y Edwards antes que ellos, se enamoraron inmediatamente de Egipto.
La pareja viajaría Nilo arriba todos los años durante los siguientes 25 años. Eran los turistas arqueológicos por excelencia: miembros de la clase alta, que deseaban pasar unas vacaciones y al mismo tiempo aprender sobre los sitios antiguos que encontraban.
Compraron artefactos antiguos y acumularon enormes colecciones. Andrews se vio influenciada tanto por sus propios viajes como por la exhortación de Edwards en su diario de viaje: “Siempre estamos aprendiendo, y siempre hay más que aprender; siempre estamos buscando, y siempre hay más que encontrar”.
Desde 1900 hasta que abandonaron Egipto en 1914, Andrews y Davis financiaron y excavaron personalmente entre 25 y 30 tumbas en el Valle de los Reyes, algunas de las investigaciones arqueológicas más importantes del país.
Las leyes que regían las excavaciones en Egipto en aquella época establecían que la mayoría de los objetos se entregarían al Museo de El Cairo, y los duplicados pasarían a manos privadas del mecenas o del arqueólogo.
La tumba 46
En 1905, la pareja y su equipo encontraron la tumba número 46, la de Yuya y Thuya, padres de la reina Tiye (la esposa principal del faraón Amenhotep III) y bisabuelos de Tutankamón.
En aquella época, era la tumba egipcia mejor conservada jamás encontrada, y la mayor parte del ajuar funerario todavía se conservaba en su interior. Sus impresionantes máscaras de ataúd todavía se exhiben en El Cairo, y su carro intacto (el segundo de su tipo jamás encontrado) se encuentra justo detrás de ellos.
Los objetos son importantes, pero los diarios de Andrews son cruciales para nuestra comprensión de los yacimientos. Sus registros proporcionan un relato detallado de su actividad y la de Davis a lo largo de un cuarto de siglo.
Hizo una crónica meticulosa de sus excavaciones con mapas y relatos diarios de sus visitantes y de los objetos que descubrieron.
Davis utilizó muchos de los diarios de Andrews en sus propios informes publicados sobre el yacimiento, sin darle nunca el crédito que le correspondía.
Crucialmente, Andrews también incluyó en sus relatos a las personas ignoradas por tantos escritores masculinos: los trabajadores egipcios, comerciantes de antigüedades, capitanes de barco y tripulantes. Su perspectiva es la base para la comprensión de siglos de historia egipcia.
El legado de Andrews sigue vivo también en el Museo Metropolitano de Arte de la ciudad de Nueva York. Ella y Davis donaron cada uno gran parte de sus colecciones (más de 1.600 objetos egipcios) y sus fortunas al Met.
Cada año, millones de visitantes ven esos objetos, como los vasos canopos de la controvertida tumba KV 55. Gracias a las deficientes prácticas de excavación de Davis, los arqueólogos aún no pueden ponerse de acuerdo de manera concluyente sobre de quién eran los restos momificados que estaban dentro.
También hay una botella de agua decorada y restaurada de la procesión funeraria del rey Tutankamón, uno de los pocos objetos de Tutankamón fuera de Egipto.
El trabajo de Andrews hizo que estos fragmentos de la vida y la muerte del antiguo Egipto fueran accesibles tanto a los académicos como a los escolares, lo que le dio a Occidente una visión poco común de cómo los antiguos egipcios honraban a los muertos.
Nuestra fascinación y comprensión contemporáneas del antiguo Egipto se deben en gran medida a este trío de mujeres olvidadas.
Al igual que sus homólogos masculinos, su trabajo no estuvo exento de controversia: se trataba de personas relativamente adineradas que viajaban a Egipto, vivían allí y se beneficiaban profesionalmente de sus viajes extrayendo objetos antiguos de su lugar de origen.
Sin embargo, sus legados, a menudo ignorados, sentaron las bases de la egiptología moderna e influyeron en nuestra comprensión del mundo antiguo desde el principio.
* Kathleen Sheppard es profesora en el departamento de Historia y Ciencias Políticas de Missouri S&T y autora del libro “Mujeres en el Valle de los Reyes”.
Con información de BBC News.